REFLEXIÓN
En este día celebramos la fiesta de la candelaria o de las candelas, recordamos cuando San José y La Santísima Virgen llevan a presentar al niño Jesús para cumplir con el precepto mosaico de llevar al templo, a los cuarenta días de nacido, al primogénito varón de cada familia que le pertenecía a Dios desde que el Señor libró de la muerte a los primogénitos de Israel en Egipto, debía rescatarse al niño dando a cambio un animalito primogénito también, si se tenían los recursos sería un borreguito, para los más pobres serían un par de tortolitas, como fue el caso del niño Jesús.
Al llegar al templo el anciano Simeón movido por el Espíritu Santo reconoce en este niño al Mesías y lo llama el Salvador, Luz que alumbra a las naciones y Gloria de su Pueblo Israel. De ahí el nombre de esta fiesta las candelas o luces, ya que Jesús es la Luz de las naciones.
Además la santísima Virgen cumple con el precepto de su purificación, Ella que era la más pura se somete a este rito siendo que permanece Virgen antes, durante y después del alumbramiento, no queriendo singularizarse ni dar a conocer su maternidad divina, mostrandonos la humildad que llena su corazón y el de San José, corazón que atravesará una espada de dolor, como le anuncia el mismo Simeón.
Es pues una fiesta llena de Luz que nos habla de la grandeza de Nuestro Salvador y de Nuestra madre Santísima y al mismo tiempo es una manifestación de Jesús como Mesías a través de Simeón y de Ana la mujer dedicada al servicio del templo.
Nos invita el Señor a cada uno de los bautizados a ser luz de las naciones a través de nuestro testimonio de humildad, entrega y servicio. Y nos insta a ser observantes de la ley del Señor que llevamos en el corazón, es decir en el cumplimiento de su Voluntad con Amor, que esta fiesta tan arraigada en Nuestra Patria, con la presentación de las imágenes del niño Jesús y los famosos tamales y atole nos haga cada ves mejores Hijos de Dios y servidores de los demás.
P. Francisco.
LECTURAS DEL DIA.
Primera Lectura
Lectura del libro del profeta Malaquías (3, 1-4)
Esto dice el Señor: “He aquí que yo envío a mi mensajero. El preparará el camino delante de mí. De improviso entrará en el santuario el Señor, a quien ustedes buscan, el mensajero de la alianza a quien ustedes desean. Miren: Ya va entrando, dice el Señor de los ejércitos.
¿Quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién quedará en pie cuando aparezca? Será como fuego de fundición, como la lejía de los lavanderos.
Se sentará como un fundidor que refina la plata; como a la plata y al oro, refinará a los hijos de Leví y así podrán ellos ofrecer, como es debido, las ofrendas al Señor. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo Responsorial
Salmo 23
El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, ábranse de par en par, agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
El Señor es el rey de la gloria.
¿Y quién es el rey de la gloria? Es el Señor, fuerte y poderoso, el Señor, poderoso en la batalla.
El Señor es el rey de la gloria.
¡Puertas, ábranse de par en par, agrándense, portones eternos, porque va a entrar el rey de la gloria!
El Señor es el rey de la gloria.
Y ¿quién es el rey de la gloria? El Señor, Dios de los ejércitos, es el rey de la gloria.
El Señor es el rey de la gloria.
Aclamación antes del Evangelio
Aleluya, aleluya.
Tú eres, Señor, la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel.
Aleluya.
Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Lucas (2, 22-40)
Gloria a ti, Señor.
Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley:
Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.
Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor. Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo:
“Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”.
El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad.No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.
Ana se acercó en aquel momento, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.
Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.